Aquí os dejo los dos primeros capítulos de "Miradas de ébano" para el que le apetezca leerlo de manera gratuita.
CAPITULO 1
CAPITULO 2
CAPITULO 1
<< El tráfico aéreo resultaba especialmente intenso aquella mañana. En la sala de embarque, una multitud de pasajeros se amontonaban entre maletas y filas interminables esperando subir al avión que les llevaría a sus tan ansiadas vacaciones.
Era el primer día del mes más caliente del año y la fecha en la que gran parte de la población decidía marcharse lejos, aunque solo fuera por una o dos semanas, para disfrutar de esos días de relax y ocio que sus apretadas agendas les negaban el resto del año.
Desde las cristaleras de la sala de embarque, se podían ver las pistas de despegue y aterrizaje. Algunos niños observaban embobados como aquellos aviones comenzaban a tomar velocidad hasta de que de repente, como por arte de magia, o por la fuerza de un pequeño empujón que algún dios les brindaba, se separaban del suelo y comenzaban a volar en dirección a las nubes hasta convertirse en minúsculas manchas en el cielo que no tardaban demasiado en desaparecer.
En las pistas, trabajadores del aeropuerto se esmeraban en llevar y traer pasajeros, subir y bajar maletas, colocar escaleras y multitud de tareas que bajo el sol de mediodía se tornaban en una autentica pesadilla. El sudor que resbalaba por sus rostros contrastaba con el ligero fresquito del aire acondicionado que disfrutaban los pasajeros mientras esperaban en la sala a que la puerta de embarque a su avión se abriese y pudieran cruzarla y olvidar - o más bien, aparcar - sus preocupaciones del resto del año.
Había más de una pareja que aguardaban impacientes el comienzo de su luna de miel seguramente con destino hacia algún país exótico. Había varias familias con niños pequeños y revoltosos, algún que otro gran grupo de amigos…
Mario era el único que esperaba en soledad, pensativo, sin hacer mucho caso al alboroto que le rodeaba...>>
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CAPITULO 2
<< La temperatura había bajado algo más de lo habitual. La brisa del mar entraba helada hacia el interior y el calor del día había dejado paso al frio de la noche. La playa estaba desierta, el aire silbaba con sutileza, de un modo casi imperceptible. Los arbustos que se arremolinaban casi hasta el mar se movían ligeramente al ritmo del viento que les azotaba, eran casi setenta los rostros que esperaban escondidos entre sus ramas.
Tres personas inspeccionaban la playa y los alrededores. Todo debía salir bien, todo debía estar dispuesto para poder embarcar y alejarse de la costa sin encontrarse con la desagradable sorpresa de un barco de las patrullas costeras.
El pueblo más cercano se hallaba a varios kilómetros y hasta aquella playa no había llegado aún el turismo ni los hoteles y urbanizaciones que suele por desgracia conllevar. La ausencia de toda edificación humana en los alrededores le confería un aspecto aún más salvaje, más idílico. La rodeaban por algunos lados altas paredes rocosas, pequeños acantilados que custodiaban a su antojo sus arenas. Entre los huecos que dejaban abiertos, la arena se mezclaba con arbustos y piedras, fundiéndose la playa con la tierra firme del interior.
Los casi setenta pasajeros que estaban a punto de iniciar el crucero más emocionante de sus vidas estaban muy asustados. Algunos agachados en cuclillas y otros tumbados sobre la tierra aguardaban la señal que les indicara que podían levantarse y correr en silencio hacia aquel barco que les transportaría al paraíso con el que soñaban desde hacía años. Tumbada también sobre la arena y rezando en voz muy baja, apenas perceptible, se encontraba Sarah, una chica joven de Togo que acababa de quedarse embarazada hacia tan solo cuatro meses. No tenía más dinero, ni para permanecer en Marruecos y esperar a dar a luz y que el niño creciera, ni para volver a su casa junto a su familia, aquel viaje y la esperanza de encontrar a su hermana al otro lado del mar eran su única opción. Otras mujeres esperaban impacientes junto a sus hijos que en la mayoría de los casos no contaban ni con dos años de edad. Casi todos los demás eran chicos jóvenes, de poco más de veinte años, que habían arriesgado lo poco que tenían con la convicción de que en Europa encontrarían un trabajo con el que poder mantenerse ellos mismos y a sus familias. Yeboah era uno de ellos. >>
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